Más que un lugar para descansar eternamente, un monumento histórico.
Joaquín Golar viene a ser algo así como la memoria de Sóller. Él es quien recuerda a muchas de las personas que vivieron – y murieron - en el pequeño lugar en el Oeste de Mallorca. Y es que Golart es quien les acompañó en su último trayecto, quien les ha recostado para dormir el sueño eterno, en uno de los cementerios más hermosos de Mallorca. Durante casi cuatro décadas.
Distribuido en cinco niveles por encima de la estación del ferrocarril de Sóller se encuentra en Cementiri de Sóller, guardado por un grueso muro de piedra. "Se utiliza desde 1820", dice Golart. Ha sido ampliado varias veces; la última fue en 1989. A través de cuatro portales se accede a su interior – con sus escalones, escaleras y amplias avenidas.
El municipio de Sóller ha declarado a su cementerio como monumento histórico, abierto a las visitas. Ofrece la sensación de un parque, poblado de flores y árboles: rosas, mimosas, palmeras, cipreses. Muchas sepulturas y tumbas. Y los mausoleos, especialmente los de los ricos "sollerics", son de solemne pomposidad. Encontramos pequeñas capillas, como la de la familia Oliver Enseñat, con un Cristo crucificado y candelabros; obeliscos que se levantan al cielo, con los nombres grabados de los muertos. Ángeles marmóreos que custodian loa sepulcros – con la mirada perdida en la eternidad.
Llaman la atención algunas fotografías enmarcadas de unos hombres con camisas de cuello alto blanco, con sus puntiagudas barbas y bigotes al ojo, fallecidos en los años 20. También las artísticas inscripciones modernistas grabadas en piedra.
Renombrados escultores de su época, como el catalán Josep Llimona, crearon a principios del siglo XX estatuas de piedra caliza y de mármol italiano de Carrara para estos camposantos.
"Nuestro cementerio es internacional", nos dice Golart, quien, a sus 69 años, lleva ya tiempo jubilado. En las lápidas se ven textos en mallorquín, en español, alemán, inglés y, a menudo, en francés: "A notre père, à notre ami, à notre tante". „Nous ne vous oblierons jamais“, no os olvidaremos jamás. Y unas pequeñas placas del lugar de peregrinación Lourdes aseveran en francés: "Rezamos por tí en la Grotte Bénie ..."
Así nos sumergimos en las historias y los destinos de aquellos que emigraron en busca de su suerte en la Francia meridional. "Del puerto de Sóller salían semanalmente dos buques repletos de naranjas hacia Sète, Toulon y Marsella" nos cuenta Golart. El comercio con los cítricos tuvo su apogeo a finales del siglo XIX. Y aunque muchos de los isleños salieran hacia allá a buscar su pedacito de riqueza – para el descanso eterno regresaban a casa, aunque marcados por la vida en el extranjero. Las poesías de Lamartine (véase más arriba) adornan sus sepulturas.
"En la parte delantera, junto a la entrada principal, se encontraba antes la zona de los protestantes", continúa contando Golart; "hasta 1975 no se enterraban junto con los católicos en el cementerio principal." Como Graham Allan Hamilton, por ejemplo. Este súbdito británico no pasó de los 19 años. Había sufrido un accidente en las montañas de Sóller y no fue encontrado hasta transcurridos cuatro meses de búsqueda. "Eso fue en 1952", dice Golart, como si hubiera sido ayer y no hace medio siglo. Junto a la tumba de Hamilton, unas lápidas roídas por el paso del tiempo nos recuerdan a alemanes, una danesa, un norteamericano.
El trinar de los pájaros envuelve el lugar. Bajo nuestros pies cruje la gravilla. A lo lejos silba el "Rayo rojo". Es un lugar que rebosa dignidad, sublime, en el más estricto sentido de la palabra. "Desde aquí arriba no solo se divisan las tierras de cultivo, los campos y las montañas, también se disfruta de una hermosa vista sobre el puerto" nos dice el amable anciano, sonriente. No ha perdido su humor tras tantos años de enterrar a los muertos de Sóller.